jueves, 24 de diciembre de 2009

Enlazando de España en los pendones...



Apenas por las puertas del Oriente


Con su manto bordado de oro y grana,

Anunciando del sol la luz ardiente,

Prestando claridad a la mañana,

Mostró la aurora su risueña frente,

Oscureciendo el brillo de Diana;

Abriéronse a los nobles de Castilla

Las puertas del alcázar de Sevilla.



Los llama el Rey Fernando, que blasones

Del reino de Aragón y el Castellano

Enlazando de España en los pendones,

Hizo temblar al bárbaro africano;

Terror de los infieles escuadrones

La fe ensalzó y el nombre de cristianos,

Dominó de Granada las murallas

Invocando al Señor de las batallas.



Y aquella reina, cuya eterna fama

Escrita está con páginas de gloria,

A quien Castilla por su madre aclama

Y guarda de su nombre la memoria,

La que ardió de la fe en la santa llama

E hizo inmortal su nombre y su victoria,

Isabel de Castilla soberana,

Gloria y honor de la nación hispana.



Los grandes y los nobles de Castilla

Por sus reyes y príncipes llamados

Del Betis claro a la tranquila orilla,

Abandonan su hogar y sus estados,

Acuden al alcázar de Sevilla

A la voz de la patria convocados,

Y a defender su religión y leyes

Corrieron al palacio de sus reyes.



Ocupa el trono, a la derecha mano,

La noble reina y ciñe la corona

Del reino de León y el castellano,

Áurea diadema, que su sien corona;

Y rige el rey con poderosa mano

El cetro de Aragón y Barcelona;

Y el trono los magnates rodeando

Les dirigió su voz el rey Fernando:



«Próceres y magnates castellanos,

Caudillos vencedores de Granada

Y terror de los reyes mahometanos,

Afilad al combate vuestra espada,

Porque ya los infieles africanos

Tremolan su bandera desplegada,

Amenazando, ¡sedición impía!,

Hundir en polvo nuestra monarquía.



En vano de Granada en las almenas

Ondean nuestros ínclitos pendones,

Y en vano ya las huestes sarracenas

Huyen de los castillos y leones;

Porque ese pueblo rompe sus cadenas

Y al ímpetu y furor de sus legiones,

No resisten almenas ni murallas

Ni fuertes cotas de aceradas mallas.



Cual torrente que rompe sus riberas

Inundando los campos desbordados,

Y arrollando sus diques y barreras

Dilata su corriente, arrebatado,

Así vuelan las árabes banderas;

Y el pueblo sarraceno encadenado

Vibra en su mano la pesada lanza

Y corre presuroso a la venganza.



Y súbito en la cima de la sierra

Tremolan de Granada los pendones,

óyese el grito de venganza y guerra

Y el rápido volar de sus bridones;

Armada multitud cubre la tierra

Y corren al combate sus legiones

Y hacen que el viento y que los aires rompa

El ronco son de la guerrera trompa.



Caudillos y guerreros castellanos,

Corred a defender vuestros hogares,

Porque ya los infieles africanos

Amenazan el trono y los altares;

Y lanzas y paveses mahometanos

Conduce la Discordia a vuestros lares,

Y teñirán en sangre sus aceros

De Libia y Mauritania los guerreros.



Si caballeros sois y en vuestras venas

Corre la noble sangre castellana,

Si no teméis las huestes agarenas,

Ni toda la potencia mahometana;

Si brilla de Granada en las almenas

La santa cruz de redención cristiana

Y del Genil a la argentada orilla

Llevasteis los pendones de Castilla;



Si la Discordia conturbó la tierra,

Rasgando del abismo las entrañas,

¿Quién ha de alzar en la desnuda sierra

El blasón noble de las dos Españas?

Y pues sois invencibles en la guerra

¿Quién clavará el pendón en la montaña?

Si caballeros sois y sois cristianos

Mostrad, pues, el valor de castellanos.»



Calló el rey de Aragón y los magnates,

Que en profundo silencio le escuchaban

Y sintieron llamarse a los combates,

Un confuso murmullo levantaban;

Como azotan las olas con embates

En los mares las rocas, se agitaban

Pretendiendo correr a las batallas,

Defender de Granada las murallas.



Alzose al fin de Córdoba un guerrero,

De Córdoba nacido en los jardines,

Gentil y valeroso caballero,

Capitán de Granada en los confines,

Que, más limpio que el sol su blanco acero,

Al escuchar el son de los clarines,

Tiñó con sangre mora en cien batallas,

Tiñó su cota de aceradas mallas.



Es D. Alonso de Aguilar el fuerte

Que libró a la sultana de Granada,

Que se lanzó mil veces a la muerte

Por su Dios, por su rey y patria amada;

Es D. Alonso cuya triste suerte,

Del Darro en las orillas lamentada,

Eterniza en sus páginas la historia

Y guarda de sus hechos la memoria.



«¡Oh reyes!, exclamó, si es que la muerte

Puede arrancarme de la patria mía,

Si es que ha querido mi cansada suerte

Que en temprana y tristísima agonía,

¡Oh dulce patria!, tenga que perderte,

Por ti yo moriré con alegría.

¡Oh reyes, escuchad, que el castellano

Cetro regís con poderosa mano!



El fuerte y valeroso caballero

Que cuelga al cinto la temida espada,

Que tiñe en sangre su desnudo acero

Y se viste el arnés y la celada,

El que combate cual leal guerrero

Al pie de una muralla derribada,

Y abandona su patria y sus hogares

Por defender el trono y los altares,



O vuelve vencedor en cien batallas

Y clava victorioso en las almenas

De su feudal castillo en las murallas

Triunfante las banderas sarracenas,

Cuelga la cota de aceradas mallas

Terror de las legiones agarenas,

Porque en el peto y la acerada cota

Más de una lanza infiel ha sido rota;



O si enemiga la fortuna impía,

En medio del estrago y la matanza,

Entre las sombras de la noche fría,

Al caballero en el sepulcro lanza,

Si ha querido la suerte que en un día

De algún brazo alevoso la venganza

Corte cobarde su preciosa vida

Y le atraviese con traidora herida;



Morirá sin temor, porque la gloria

Quedará de su nombre y de su hecho,

Y le guarda en sus páginas la historia

Triste recuerdo de su fuerte pecho;

Quedará de su nombre la memoria

Y cuando duerma en el sangriento lecho

El Señor de los cielos y la tierra

Recordará que ha muerto en buena guerra.



Sí, caballeros somos y cristianos,

Y juro por la fe de caballero

Que he de alzar los pendones castellanos,

Si alcanzo la victoria, como espero;

Y contra los infieles africanos

Teñido en sangre mi desnudo acero,

La voz de patria y religión me manda

Que venza o que perezca en la demanda.



Y si Dios ha querido que yo muera

Y no vuelva a los muros de Sevilla,

Y que corra mi sangre la primera

Del Verde Río en la sangrienta orilla,

Aunque mayor mi sentimiento fuera,

Moriré por la gloria de Castilla,

Moriré por su trono y por su ley,

Por mi Dios, por mi patria y por mi rey.»



«Y si mueres, que Dios te dé su gloria,

Dijo la noble reina de Castilla,

Y quede de tu nombre la memoria,

Del Betis claro en la tranquila orilla;

Y si alcanza tu brazo la victoria

Y vuelves a los muros de Sevilla

Triunfante y vencedor en cien combates,

El primero serás de los magnates.



El Señor encamine tus legiones

Puesto que eres cristiano y caballero;

Bendiga de Castilla los pendones,

Pues de Dios y de su ley eres guerrero;

Y pues fe y religión son tus blasones,

Y más limpio que el sol tu blanco acero,

Al combatir al árabe enemigo

De Dios la bendición vaya contigo.



Por la fe de Granada en las almenas

Brilla la cruz de redención cristiana,

Y por la fe las huestes agarenas

Huyen de la bandera castellana;

Porque la fe rompió nuestras cadenas,

Derribó la pujanza mahometana,

Y nos abrió un camino por los mares

Para ensalzar la cruz y sus altares.



¡Guerrero de la fe, marcha a la sierra,

Tremola la bandera castellana,

Y si mueres en santa y buena guerra,

Y si corta una lanza mahometana

El curso de tus días en la tierra,

Dios premiará tu abnegación cristiana;

Y si vuelves triunfante y sin mancilla,

Por vencedor te aclamará Castilla!»



Era la aurora del siguiente día

Y triste apareció y oscuro el cielo,

Y perdieron las flores su alegría

Y cayeron marchitas en el suelo;

Y en la fértil y rica Andalucía

Una voz resonó de desconsuelo;

Las madres los acentos escucharon

Y a los pechos sus hijos apretaron.



Una voz se escuchó en los corazones,

Y resonando su postrer acento,

¡Ay de Castilla, dijo, y sus campeones!

Y tembló la ciudad en su cimiento,

Temblaron los castillos y leones,

Y estremeciose en su profundo asiento

El trono y el alcázar de Sevilla,

Mansión de los monarcas de Castilla.



Mas D. Alonso de Aguilar salía

Con la primera luz de la mañana;

Tropa de mil valientes le seguía

Y su gente aguerrida y castellana

Hacia las Alpujarras dirigía

Contra la raza bárbara africana;

Desplegando al viento su bandera

Llegan del Betis claro a la ribera.



El padre Betis elevó su frente,

De lirios y espadañas coronada,

Y detuvo sus aguas tristemente;

Detuvo su corriente arrebatada,

Y cesando el murmullo del torrente,

A los vientos calmó su voz sagrada,

Y mirando a los muros de Sevilla

Anunció los destinos de Castilla.



¡Cisne del Betis, tú divino Herrera,

Suave cantor de la sonante lira,

Quién tu sonora voz y arpa me diera

Y aquel sagrado numen que te inspira

Del Guadalquivir en la ribera,

Tu dulce canto, que de amor suspira,

Y en cuanto baña el mar y Cintio dora

Hace inmortal el mundo de Eliodora!



Así el Betis habló: «¡Triste Castilla!

¿Qué será de tus bravos campeones?

¿Quién volverá a los muros de Sevilla?

Y rotos los castillos y leones,

¿Quedará en tus escudos tal mancilla?

A la muerte conduces tus legiones.

¡Verted mares de llanto, castellanos,

Pues que sois caballeros y cristianos!



¿A dónde vais, a dónde vais perdidos?

¿A dónde vais caudillos y guerreros?

¿Sois aquellos valientes tan temidos?

¿Sois aquellos gallardos caballeros?

Y ¿sois aquellos nobles no vencidos,

Que tiñeron en sangre sus aceros,

Y vistiendo la cota y la armadura

No temieron jamás la muerte dura?



¡Los de acerada cota y fuerte espada!

¿Sois los que del Genil en la ribera,

Al viento vuestra enseña desplegada,

Con fuerte corazón y fe sincera,

Corristeis a los muros de Granada

Y alzasteis de Castilla la bandera

Sobre rotas almenas y murallas,

Conquistadas con sangre en cien batallas?



Vuestros padres con brío afortunado,

Caballeros sin tacha y sin mancilla,

Triunfantes en las Navas y el Salado,

Vencedores de Córdoba y Sevilla, [277]

Sobre el trono del godo, destrozado,

Levantaron el trono de Castilla;

Un rey sobre paveses elevaron

Y una corona ante sus pies postraron.



Vosotros herederos de su gloria

De su valor y su entusiasmo ardiente,

Acatando su nombre y su memoria

Volasteis del Genil a la corriente;

Alcanzó vuestro brazo la victoria

Y temblaron los reyes del Oriente,

Huyendo los leones africanos

Al sentir los guerreros castellanos.

¡Mas, ay, cuánta coraza, cuánto escudo,

Cuánto cuerpo de nobles destrozado,

Lleva el Río Verde, con silencio mudo,

En su rauda corriente arrebatado!

¡Ay, que ese suelo, estéril y desnudo,

Con sangre castellana fue regado,

Y esos tigres hambrientos de matanza

En la sierra cumplieron su venganza!



Sí, D. Alonso, en la escarpada sierra,

Cual bueno y valeroso caballero,

Morirás, combatiendo en santa guerra,

Tiñendo en sangre tu fulmíneo acero;

Pero tu nombre quedará en la tierra,

Y se levantará un nuevo guerrero,

Y saldrá un vengador de tus cenizas,

Pues con tu sangre el suelo fertilizas.»

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